Con la cuarentena la dinámica del hogar se ha visto afectada: padres y madres trabajando desde casa o transformando su negocio para que pueda sobrevivir con entregas a domicilio o servicio a distancia. Niños continuando su formación académica en línea y sin posibilidad de tener las mismas actividades de esparcimiento que tenían antes, como ir al parque, visitar a los amigos o ir al cine. Labores domésticas que se tienen que intercalar con la escuela y el trabajo. Ha sido una etapa difícil para todos y en medio de eso los padres y madres sienten gran presión por mantener a los niños entretenidos y que no se aburran. Pero las ideas se agotan y algunos peques ya han perdido el interés inicial que tuvieron en alguna actividad o no se dispone en casa de todos los recursos que se quisiera para añadir novedad por más días. ¿Pero es realmente malo dejar que los pequeños se aburran? ¿Es necesario que los papás se presionen para mantenerlos entretenidos y ocupados todo el tiempo? ¿Qué pasaría si simplemente dejamos que el aburrimiento siga su curso? Acompáñanos a conocer los beneficios que podría haber si dejamos a los niños ser sus propios “entretenedores”:
Más libertad, menos sobre estimulación:
Demasiada televisión o de actividades de recreación-didáctica, exceso de labores escolares, todo el tiempo “ocupados” en algo productivo, no deja a los niños espacio para desconectarse un poco, pensar o usar su imaginación, ya que los adultos tenemos el control de todo el repertorio. Lo hacemos con el interés de mantenerlos “entretenidos” y de que no se aburran. Pero se produce el efecto contrario a lo que se desea: tarde o temprano llega la apatía, como un escudo protector que el infante usa como barrera para no verse sometido a tanta presión de estar estimulado y activo todo el tiempo. Los momentos de aparente “ocio”, son buenos para que aparezcan la reflexión y la creatividad, para aprender a convivir de otra manera, para descansar y para dejarle ver a los niños que papá y mamá no necesitan estar todo el tiempo con ellos. Porque ser el centro del universo todo el tiempo también cansa, dejemos de estimularlos en exceso.
La juguetería en casa:
Sucumbir a la publicidad o al sentimiento de “darles todo lo que yo no tuve”, convirtiendo su recamara en juguetería, provoca que cuando hay juguetes en exceso, el niño no pueda centrar su atención en ninguno o vincularse emocionalmente con algún “favorito”. Se aturde y el efecto natural es ignorarlos todos. Resultado: se aburre. Además, en su mayoría los juguetes actuales presentan “todo resuelto”, el niño no necesita imaginar nada, solo repetir aquello para lo que el juguete fue diseñado. Si hay menos juguetes, y si estos presentan “soluciones incompletas”, el pequeño los mezcla y complementa entre sí, imagina escenarios y resuelve por su parte. Eso deja poca oportunidad al aburrimiento, y además este es gestionado por el propio niño y no por los adultos. Puede ser buena idea que cuando llegue la avalancha de juguetes en los cumpleaños o en Navidad, no se le entreguen todos al mismo tiempo, sino que se vayan “dosificando” a lo largo del año y retirando aquellos en los que va perdiendo interés (de paso donarlos y fomentar el altruismo). De esa manera siempre habrá novedad. Algunos especialistas sugieren que se pida a los familiares no regalar juguetes todo el tiempo, sino que cada familia determine cuando serán las únicas ocasiones en las que es conveniente regalarlos.
Aburrirse es bueno:
Los padres se sienten culpables de que el niño se aburra y entonces procuran acercar todos los medios posibles al pequeño para que “lo pase bomba”. Sumar eso a los compromisos laborales y las tareas del hogar, resulta agotador para los adultos. Además, al hacerlo le niegan la posibilidad al niño de aprender a entretenerse a sí mismo. Si las actividades le son asignadas, no tendrá que elegir entre una actividad u otra de las que ya conoce, ni descubrir otras o sus propios gustos e intereses genuinos. Dejarlos aburrirse de vez en cuando y recordarles que pueden ellos mismos encontrar algo que les guste para pasar el tiempo, puede ser la manera de enseñarles a resolver sus problemas por sí mismos y llevarlos a descubrir sus talentos.
La información muerta o aprendizaje significativo:
Sí, hay que cumplir con el programa académico, aunque esté plagado de información tediosa y sin significado para los estudiantes. Algo de lo que hay ahí algún día lo ocuparán, dependiendo de la profesión que elijan (que no sabemos ni cuándo ni cómo será). Pero siendo honestos, no todo les será útil y el proceso de “aprender” memorísticamente resulta tedioso y aburrido (para los hijos y para los padres que les ayudan). Si le damos más peso al resultado (calificación), que al proceso de aprender, aparecerá el tedio por obligación y por lo tanto la apatía y nuevamente el aburrimiento. Si detectamos como padres aquel campo de conocimiento o del arte que les llama más la atención, y los ayudamos a disfrutar más el proceso de aprender que el resultado, es posible que encuentre pronto una vocación y que además sea una manera agradable de pasar el tiempo. El gusto por indagar, la sorpresa por descubrir y la curiosidad de ir por más, son inagotables cuando se trata de algo que nos gusta. Libros, videos en línea, discos, tutoriales, revistas, nada parecerá suficiente porque siempre querrá más de eso que le gusta. Detectar y alentar esos intereses, puede ser útil para ocuparlo hoy y esencial para hallar una vocación/profesión mañana.
En conclusión:
Aburrirse no es tan malo, y dejar a los niños solos con su aburrimiento para que ellos mismos descubran como salir de él y apliquen lo que ya les enseñamos previamente, puede ser una manera de bajarles a ellos y a nosotros mismos la presión de estar en situación de aislamiento.
Rosa Barocio en su libro Disciplina con Amor. Cómo poner límites sin ahogarse en la culpa (2006, Editorial Pax México), dice que “ser padres de 24 horas es una tarea agotadora. El mejor padre, [es el que] deja de serlo” por momentos. Después explica que los padres requieren tiempo y espacio que sean solo para ellos, para descansar, reponer su propia energía, satisfacer sus propias necesidades y después regresar a la labor de educar y hacerlo con gusto. Por otro lado, los niños van paulatinamente desprendiéndose del “cobijo” de los adultos y desarrollándose individualmente, aprovechando sus propias capacidades y habilidades. Finalmente, lo que queremos es que se conviertan en adultos funcionales y autónomos. Dejarlos florecer equilibradamente y sin caer en extremos, no es fácil y deseamos que estas referencias te sean útiles.